viernes, 6 de abril de 2012

Viernes Santo en Iztapalapa


Antonio De Marcelo Esquivel.
Ya hacía unos cuatro o cinco años que no me tocaba cubrir el Viernes Santo en Iztapalapa. Aún recuerdo aquellas ocasiones cuando tenía la encomienda de buscar al Jesús, la María, el carpintero, el modisto, y todos los involucrados que pudiera hallar para darle a nuestros lectores de a probaditas de lo que sería la Semana Santa en esta delegación al Oriente de la Ciudad, una de las más violentas, con mayor índice de delincuencia, pero también donde hay más fe.
Entonces era el pueblo quien organizaba todo, desde los personajes hasta los últimos detalles, y no como ahora que la delegación se apropió de todo y solo reciben a las televisoras.
En fin, uno tiene que buscarle. Así es como me vi de pronto en el Jardín Cuitláhuac, rodeado de cientos de reporteros, camarógrafos y fotógrafos, todos atentos a la llegada del Jesús de este año; un joven estudiante de gastronomía con peluca y barba artificial, porque ahora, igual ha cambiado tanto la cosa que ya no se dejan crecer el cabello con tiempo y la barba, lo que hace todo más falso.
Quizá por ello me fui a caminar por ahí, a tratar de sorprenderme, de encontrar algo que me hiciera sentir que aún vale la pena llevar a mis lectores una historia, una foto, una crónica, algo que les infunda esa fe que tanto hace falta y que se pierde poco a poco entre las líneas de una guerra contra el crimen organizado, entre campañas presidenciales sosas, gastadas y rayadas.

Yo quería comprarme una corona de espinas, de esas que se ponen los chavales para cargar su cruz, llevármela a casa y colgarla en la pared como decenas de cosas que ruedan por mi casa, cada una con una historia para ser contada, pero no halle a la vendedora, solo vi cruces y más cruces, unas grandes y otras chicas, unas con labrados, otras pintadas, muchas de madera rústica, hasta una amarrada a un poste como si alguien fuera a llevarse ese madero de más de 50 kilos.
La mayoría traía huaraches, se miraban frescos y me dieron ganas de tener a la mano los míos, aunque me acorde que hace como ocho años un caballo me piso en esa misma representación, me reventó el dedo gordo del pie derecho y así tuve que terminar el recorrido hasta que llegue a la casa.
Ahora pude ver que mucha gente se acomodó en las azoteas, en marquesinas, en ventanales y también en las banquetas, unos para vender chicharrones, quesadillas, aguas de sabores, raspados mientras que otros tenían letreros de 3.50 por entrar al baño.
Quería ir más allá, llegar hasta el cerro de la Estrella y verlo desierto, solo con sus tres cruces de madera en espera de los crucificados, pero eran como tres kilómetros, así que desistí y volví sobre mis pasos entre piadosas con la cabeza cubierta y túnicas de tela brillosa, jóvenes con esos cortes moicanos que ya no son novedad, tatuados de los brazos pero con sus túnicas rojas o moradas que descansaban bajo la sombra de sus cruces hablando por celular o solo con los ojos cerrados, solo en espera de que empezara el recorrido para cargar su cruz.
Yo siempre que veo una gran cruz y pienso en el esfuerzo que se necesita para arrastrarla me pregunto ¿que pecado tan grande traerán arrastrando que buscan expiarlos con eso? pero entre todos los que he interrogado terminan diciendo que lo hacen solo por hacerlo, por sumarse a una celebración, por sentirse parte de una comunidad, por crear un arraigo al barrio.

No quiero repetir las líneas aprendidas de memoria por los personajes que con sus sonsonete chilango repitieron micrófono en mano mientras decenas de reporteros y fotógrafos bostezaban en espera del Criisto todo madreado para que diera foto; en tanto disparaban con sus cámaras a los actores a quienes ni siquiera escuchaban cuando Claudia decía haber tenido un sueño donde se cometía una injusticia.
Algunos nunca habían hecho esta cobertura, pero ante ello los veteranos de la Pasión de Iztapalapa se encargaban de describirles que pasaría ahora, como en esos cines cuando alguien que ya vio la película cuenta la trama casi para todos.
Y no quiero parecer uno de ellos, pero como se esperaba, trajeron al Cristo con su peluca mal puesta y su expresión perdida, amarrado con un lazo nuevo, lo llevaron ante Pilatos, de ahí con Erodes y de regreso con Pilatos que lo mando a azotar en un templete rodeado de fotógrafos a quienes e Ángel, los soldados romanos y la gente impidieron trabajar con tranquilidad, y como no si hasta niños de diez años traían gafetes de prensa.
Tras los falsos azotes con ramas que reventaron bolsitas de tinta roja se llevaron de nuevo a Jesús a donde Poncio Pilatos que se lavó las manos y lo entregó a los judios para ser crucificado.
Entonces empezó la verdadera diversión, y claro digo diversión porque ahora había que luchar cuerpo a cuerpo con jovencitos de escasos 15 años que intercalados entre los viejos actores que ya pasaron por todos los personajes, se encargaron de acabar con la poca organización que había, claro como pollos se arremolinaban y así caminaron por todo el recorrido dizque abriendo paso, aunque lo único que hicieron fue arrollar a quien fuera.

La primera caía fue acompañada de decenas de personas que tropezaron entre las decenas de pies que buscaban apoyarse con lo que fuera para avanzar, la segunda caída no se diga hombres y mujeres terminaron sobre el templete donde el Jesús debía azotar, aunque se le adelantaron; y la tercera para que se las cuento, los mismos pero caídos en otro lado.
Ya para llegar a Ermita había que sortear una valla de  tres mil policías con escudo macana y todo, con cara de te voy a romper tu madre y nadie iba más allá si no tenía un distintivo de Prensa, razón que me fue suficiente para pasar entre ellos, no sin el temor de que enloquecieran de pronto y quedara encerrado entre cascos, toletes y claro la brillante inteligencia que les distingue.

Y por supuesto que hubo madrazos entre la gente que pretendía traspasar esa línea y los policías inteligentemente y estratégicamente acomodados para estorbar la mas que se puediera, de manera que por ahí no pasaba nada, es más hasta el propio Cristo se le dificulto la pasada, lo detuvieron varios minutos como si cargar 90 kilos de madero fuera un día de campo, lo que vi desde una tiendita donde me compre una coca y tuve que calmar a un iztapalapense que se enojó porque le pedimos bajar su celular con el que nos estorbaba pero chulo para sacar nuestras fotos.
Luego por fin pudo llegar este Jesús al cerro de la estrella, donde sólo unos cuantos pudieron fotografiar el momento en que María le habla y como los soldados se juegan sus ropas eb volados cual merengueros como se podía escuchar por los altavoces cuando decían “no eso es trampa”.

Finalmente el crucificado fue subido, aunque no totalmente, a un lado en una rama de pirul  Judas quedó colgado con una lengua que sería la envidia de Ace frehley de Kiss.

Al terminar me tuve que regresar en metro, sin mi corona de espinas, pisoteado por los soldados romanos, lleno de baba de un caballo que hizo bbrrrrr casi en mi cara, sediento y con la sensación de que algo le faltó a esta representación.

No hay comentarios:

Publicar un comentario