lunes, 23 de enero de 2012

Los Indignados del campo.


Antonio De Marcelo Esquivel.
Se hacen llamar los indignados del campo, y así con esa ira que tienen por haber sido olvidados siempre, ahora decidieron llegar hasta la ciudad de México para exigir al gobierno federal atención y presupuesto, toda vez que ante la sequía que asola el norte lo han perdido casi todo.
Un viaje de cientos de kilómetros que hicieron por carretera hasta llegar a la ciudad de México, porque al fin ya no tienen nada que perder. No hay cosecha y los animales se mueren de hambre y de sed.
No importó pagar los cuatro mil pesos que cuesta el viaje hasta la capital del país entre casetas y gasolina.
Camionetas con una traila y ahí dentro el caballo, del que nunca se separan, al menos mientras el animal aguante la sequía.
Y finalmente, después del medio día llegaron al Zócalo de la ciudad el domingo, una amplia zona encementada con edificios alrededor que asustó a los animales, aunque sus dueños supieron calmarlos mientras lanzaban al aire un llamado de auxilio que apenas fue escuchado por unas decenas de ciudadanos que maravillados por los caballos y esta estampa de vaqueros se quedaron a ver quiénes eran.
De las autoridades ni sus luces, estos hombres, algunos con sus familias buscaron donde pasara la noche, lo que traían dinero en hoteles baratos, los que no en la camioneta y otros simplemente en vela sin saber cuál será la respuesta.
Este lunes el grupo de vaqueros ensillo los caballos y se fue a la Secretaría de Gobernación en la calle de Bucarelli, pero el recibimiento que tuvieron no fue el que esperaban, decenas de elementos de la policía uniformada les dieron la bienvenida con cara de palo y pocos amigos.
Hubo que quedarse sobre la vía, lo que obligó a cerrar una parte de avenida Rosales, Bucarelli hasta Cuauhtémoc y otras calles menores, lo que causo enojo en automovilistas que desde sus carros les gritaron entre otras cosas “bola de huevones”, así que respetuosos como son estas personas aguantaron los embates de conductores.
Ahí estaban con sus caballos inquietos, con una camioneta ataviada con un par de reses cuya muerte ocurrió por la sequía, pero que en la ciudad no fue más que objeto de curiosidad en lugar de el inicio de un análisis respecto que ahí empieza la cadena del encarecimiento de los alimentos, de la falta de frijol, de maíz y de que el arroz haya escalado su precio hasta en el doble de lo que el año pasado.
Pero era necesario dialogar con ellos, escuchar sus lamentos, lo que no fue posible, al parecer por que se han cansado de hablar y hablar, cuando ellos son hombres de acción. Apenas unas palabras sueltas “para qué”, “al gobierno le vale madre” “no le importa” “tome sus fotos y ahí que le digan otros”.
Así sucesivamente, en grupos pequeños, escondidos en el ala del sombrero, calmando al caballo nervioso, dando de comer algo de pastura a flacos jamelgos que se conforman con el incipiente pasto de la banqueta de Bucarelli o mordisqueando las secas plantas junto a un árbol.
A lo lejos se escucha un altavoz, es otra organización que acude en apoyo a dar palabras de aliento, pero nada de ayuda.

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