miércoles, 9 de marzo de 2011

¿A qué huele la muerte?


Por Antonio De Marcelo Esquivel.
Foto y texto.
La última vez que fui al Servicio Médico Forense de la Ciudad de México para investigar un crimen fue allá por finales de la década de los 90, para entonces entrar a la morgue no era la sarta de trámites burocráticos que ahora, es más ahora ya ni se puede. Sólo había que llegar a la recepción de ese edificio en la calle de Niños Héroes, de la colonia Doctores y preguntar por el doctor Cerna, que entonces era el director o bien por el doctor Rodolfo Rojo y listo teníamos una entrevista en vivo y en directo para conocer detalles del crimen en cuestión, lo que claro nos daba material suficiente para seguir la nota y entregar a nuestros lectores de La Prensa una cronología del caso, y es que como lo dictaban los cánones de la línea editorial de nuestro diario había que darle a nuestro público detalles, como decía don Augusto Corro:
-Lleva a los lectores al lugar de los hechos, tú tienes acceso, ellos no.
De ahí que me acostumbre a describir olores, colores, texturas, sabores y sonidos, y pues si acertaron tener alerta los cinco sentidos e incluso un sexto del que no debe carecer un buen sabueso de la nota roja, que debe pensar como policía, como criminal y actuar como reportero.
Puedo decir con toda seguridad como si hubiera sido ayer, que el olor característico de los lugres donde buscan limpieza total, era similar,  a pino combinado con ese olor característico de la muerte.
¿Pero a qué huele la muerte? Yo también me lo pregunte por mucho tiempo y en esa curiosidad natural y extra natural que tenemos algunas personas como el joven Grenouille de El Perfume, percibí desde el basurero que estaba atrás de mi casa allá en Ecatepec, Estado de México, donde los perros hinchados y mosqueados insultaban el olfato, hasta pequeños insectos, claro eso en mi niñez, sin imaginar que un día me eso serviría de algo.
Ya cuando hice periodismo policiaco pude conocer ese característico olor, que claro no es el mismo siempre, porque depende no solo de la limpieza que en vida tuvo el muerto, sino además de las condiciones en que ha ocurrido la muerte y por supuesto  de cuánto tiempo lleva el cuerpo desde el momento en que murió. (iba a decir perdió la vida, pero claro no es posible porque perder significa que podría hallarla en cualquier momento, y hasta ahora no conozco un muerto que haya encontrado su vida luego de perderla, en fin)
Los hay que han colgado los muerto por un infarto mientras se duchaban, que cayeron en casa y se dieron un golpe o bien los que han tenido una larga agonía por enfermedad o lesiones hasta que por fin terminaron su vida.
También los hay que han muerto en accidentes terribles que les han mutilado,   o bien que en peleas fueron heridos y murieron, así los más comunes en este nuevo siglo XXI víctimas del crimen organizado, torturados o baleados, lo que aumenta ese olor característico de la sangre que se descompone al contacto con el medio ambiente y crea ese olor que no se quita con nada.
Aún cuando hay limpieza total el olor a sangre que es entre agrio y descompuesto se puede reconocer, aún cuando ya no esté ahí el cuerpo.
Así olía el Semefo entonces, no como ahora que es un edificio impersonal muy limpio como hospital, que parece una escuela de medicina, con salones muy blancos, pupitres en fila y alumnos que solo pueden ver un cadáver desde una gran ventana de vidrio.
 Y lo mismo le ocurre a las nuevas generaciones de periodistas, que de no ser por los que trabajan en la calle y llegan al lugar de los hechos antes que la policía, logran ver un cadáver, perciben el olor, las texturas y saborean la nota aún antes de redactarla.

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