domingo, 6 de marzo de 2011

Relato de un día. Una Tragedia

Este texto es parte de la tesina presentada por el jefe de información de La Prensa, Adalberto Villasana, y es un relato de un día en la vida de un reportero de policía. De Reporteros se conformara con las historias cotidianas de quienes capturamos la noticia.

Relato de un día. Una Tragedia


En la última mitad de los años 90, ser reportero de policía de LA PRENSA fue una de las experiencias más apasionantes de mi vida. Pocas son las palabras para describir ese vacío en el estómago generado por la excitación de la velocidad cuando había que acudir a una llamada de urgencia, reportada a través de las frecuencias policíacas.

Una de las fechas que más recuerdo fue el 17 de marzo de 1995 cuando cubrí un accidente carretero con un saldo de 30 muertos en el lugar, y 36 heridos. Fue la primera vez que estuve frente a esa cantidad de cadáveres formados y con un número en el pecho para ser identificados, luego de un penoso rescate que duró varias horas, toda vez que quedaron en el fondo de una barranca de 15 metros.

Ese día en especial tenía orden a las 9:00 horas en la redacción, pero me presenté cerca de las 8:30 horas, casi al momento en que por el “rastreador” de frecuencias policíacas se reportó en clave la ocurrencia de un accidente carretero con la consecuencia de varios muertos. El caso le correspondía al compañero que tenía asignado “Policía en el Estado de México”, pero la inquietud me llevó a colaborar.

Empecé con las primeras llamadas, en aquel entonces a la Cruz Roja, institución con la que se tenía una amplia colaboración para ubicar el lugar exacto del accidente. “Kilómetro 60 más 500”, de la carretera Xochimilco-Oaxtepec, me reportó el operador de radio. Se determinó la ruta para salir.

El compañero reportero gráfico, Rogelio Rojas, en motocicleta se adelantó, tuve la opción de salir con él, pero una llamada de última hora me obligó a quedarme. Minutos después salimos de la redacción, Francisco Serna, fotógrafo, Álvaro Velázquez Manzano[1] y yo como reporteros, nuestro jefe de información, José Santos Navarro[2], decidió que me sumara a la cobertura al ver la magnitud del percance.

Inició el recorrido por Bucareli, Río de la Loza, calzada San Antonio Abad y Tlalpan, para llegar al entronque con la carretera referida. Viajábamos en una camioneta pero la velocidad ya se sentía, por el “rastreador” escuchábamos algunos datos de lo ocurrido, se movilizaban más de 20 ambulancias de los diferentes cuerpos de rescate y helicópteros al lugar, el temor de que no llegaríamos a tiempo para que Serna hiciera “buenas fotos” era patente.

“El Roger va adelante, vamos bien, estamos cubiertos”, fue la frase con la que nos consolábamos, más sin embargo kilómetros antes del lugar del accidente a Rogelio se le derrapó la motocicleta, lo encontramos tirado y empezaba a ser auxiliado por algunas personas.

La pregunta era obligada, “¿puedes caminar?”, la respuesta fue afirmativa, “vámonos”, lo ayudamos a abordar la camioneta y entre Serna, Velázquez y yo subimos de un sólo movimiento la moto. Por la noche, al llegar al periódico, entre ocho compañeros no podían bajarla.

Esa mañana, luego de recoger a Rogelio continuamos el camino, por las características del lugar donde se accidentó el autobús, llegamos justo en el momento cuando los cuerpos de rescate laboraban en sacar los cadáveres del fondo de la barranca. El autobús de pasajeros con un sobrecupo evidente al volcar dio varias vueltas y los pasajeros salieron por las ventanas, por lo que quedaron regados en un radio de varios metros.

La escena me impresionó había cuerpos tirados por todos lados, la mayoría ensangrentados, cabe mencionar que en ocasiones anteriores estuve frente a cadáveres, pero en esta ocasión se encontraban esparcidos y los gritos de los rescatistas para avisar el hallazgo de otro cuerpo sonaban desalentadores.

Pero había un trabajo que sacar, era necesario estar atento a los datos que se daban en el momento, el panorama era desolador, en gran medida porque lo único que veíamos eran cadáveres, toda vez que los heridos fueron llevados a hospitales antes de nuestra llegada. Considero que de haber visto a una persona con vida, la impresión y sensación de frustración hubiera sido diferente, porque hubiera correspondido a la esperanza de los cuerpos de rescate por localizar a más sobrevivientes.

En medio de la escena, una de las anécdotas que se recuerda aún es como “Roger” bajó a imprimir sus placas, a pesar de sus lesiones; luego estuvo algunos días de licencia médica para recuperarse.

Los minutos transcurrían en el lugar del accidente y ante nuestros ojos se acumulaban los cadáveres, algunos curiosos del poblado de Tlayacapan, que está cercano a donde fue el accidente se habían trasladado alertados por el constante ir y venir de helicópteros.

En los primeros minutos que estuvimos, la fila de cuerpos inertes era de 6, al poco rato 15, horas después 23 y finalmente 30, colocados en un lugar seguro sobre un claro de pasto. No eran trasladados de inmediato al anfiteatro más cercano, toda vez que las ambulancias fueron ocupadas para llevar a los hospitales más cercanos a los heridos, muchos de ellos niños.

Ahí, como reporteros, Álvaro y yo nos dedicamos a recabar datos, con los comandantes de policía y cuerpos de emergencia. Además de tomar nota de lo que veíamos. Los curiosos que llegaron al lugar indicaban que el lugar se le conocía como “la curva del diablo”, pues de tomarla mal la barranca era el destino obligado.

“Iban a una peregrinación a la feria de Tepalzingo, provenientes de Iztapalapa, Distrito Federal, por más de 40 años hicieron ese viaje y era la primera vez que ocurría un accidente”, indicaron algunos familiares de las víctimas que llegaron al lugar, pues una noticia de grandes proporciones corría como reguero de pólvora, aún en 1995, cuando no se tenían las herramientas de comunicación de ahora, como la telefonía celular.



Fuimos testigos de un complicado y laborioso rescate. Se estima que el accidente ocurrió poco antes de las 8:30 horas, pero no fue hasta 30 minutos después cuando arribaron los primeros cuerpos de emergencia. Pasadas las 13:00 horas, los cadáveres estaban  en fila ante nuestros ojos.

Para ese momento, de manera extraoficial, teníamos los primeros nombres de los que habían sido identificados.

Pasadas unas horas empezaban  a regresar las ambulancias que trasladaron a los heridos, así como los vehículos forenses, por lo que se trasladaban los primeros cadáveres hacia el anfiteatro más cercano.

Los últimos minutos fueron los más largos, al ser de espera para obtener algún dato adicional. Ya teníamos la mayoría de la información y eso me permitió fijar mis sentidos en el dolor y desolación de quienes, con lágrimas en el rostro, llegaron al lugar con la esperanza de encontrar a un familiar con vida.

Cerca de las 15:00 horas, luego de considerar que teníamos ya toda la información requerida iniciamos el regreso a la redacción; sobre calzada de Tlalpan una patrulla de la policía del DF nos detuvo, al ver que la camioneta transportaba algo pesado, he de decir que se trataba de una Ram-Charger, por lo que tenía capacete y la moto no estaba a simple vista.

Les explicamos a los policías la situación y la emergencia que tuvimos con el percance de nuestro compañero, pero siempre nos quedamos con la sensación de que nos dejaron continuar nuestro camino luego de identificarnos con nuestras credenciales como reporteros.

Serían como las 18:00 horas cuando Álvaro y yo no sentamos frente a la computadora para hacer las notas, en esa ocasión fue una central y una de apoyo, empezamos simultáneamente el trabajo y luego cambiamos de máquina para leer lo que hizo el otro y hacer algunas aportaciones.

Minutos después entregamos las notas y checamos en que más colaborábamos con las notas pendientes, toda vez que al inicio de la jornada teníamos una orden de trabajo pendiente. Con base en boletines y llamadas telefónicas obtuvimos la información de las que faltaban, proceso que en la jerga periodística le denominamos “rescatar”, toda vez que estuvimos concentrados en el asunto principal.

Ya en la noche, reparamos en una cuestión no considerada hasta el momento: lo único que comimos en el día fueron refrescos y papas fritas. Por lo que nos enfilamos a comer, o mejor dicho a cenar.
 El 18 de marzo de 1995 en la contra portada de LA PRENSA se leyó: “ESPANTOSO/Desbarrancó un autobús repleto y dejó regados 30 cadáveres y 36 heridos”[3], un sentimiento indescriptible es el saberse autor de la nota principal de policía. Un orgullo efímero, dura sólo unos momentos al ver el diario, porque a los pocos minutos hay que salir en busca de una nueva noticia.

2 comentarios:

  1. MUCHAS FELICIDADES POR ESTE ESPACIO, LEER ESTE RELATO HICIERON LLEGAR MUCHAS HISTORIAS, EXPERIENCIAS Y DEMÁS AVENTURAS VIVIDAS EN LA REPORTEADA, TANTO EN LA PRENSA, COMO EN OTROS MEDIOS. ESPERO COLABORAR PRONTO CON USTEDES, MIS ESTIMADOS, TODO EL ÉXITO...

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  2. Muchas felicidades, les comento que me tomé el tiempo de buscar esta nota en virtud de que una persona que conocí hoy, de nombre Francisco Serna "Don Pancho" me platicó sobre ella y las fotografías que capturó, no tienen una idea de la sensación que en este momento tengo, al descubrir que efectivamente Don Pancho sin conocerme me platicó esta aventura.

    saludos.

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