lunes, 22 de octubre de 2018

El Palacio de Bellas Artes no es una iglesia
Foto Antonio De Marcelo

Antonio De Marcelo Esquivel
Ella creía que Bellas Artes era una iglesia, se persignaba al pasar camino al trabajo y de regreso a su casa en Ecatepec, siempre desde el tranvía que iba por Lázaro Cárdenas. Se bajaba y caminaba por Juárez al metro hidalgo.
Nunca nadie le dijo qué era ese lugar. y cómo lo miraba tan grande y blanco, pensaba que era por la pureza, hasta imaginaba: si estuviera cerca de su casa pasaría todos los días, como hacía con la iglesia de su colonia que le quedaba de paso y desde el camión se santiguaba para que le fuera bien.
Aunque ni falta que hacía, porque doña Conchita le daba la bendición antes de salir y le encargaba que se cuidara mucho, de manera que el hacer la señal de la santa cruz al pasar por la iglesia era mero trámite, tan solo para que Diosito o la virgencita no se fueran a enojar.
Así que por respeto daba gracias por los alimentos, rezaba antes de dormir y antes de salir de casa besaba la virgen para que cuidará su camino
Ella soñaba con casarse de blanco, usar un gran vestido todo bordado de perlas y tan amplio que no cupiera en el pasillo que debería recorrer desde la calle hasta el púlpito, donde el padre la esperaría para que su papá la entregara.
Ya lo había soñado muchas veces y era casi igual que como lo imaginaba en esos largos recorridos desde casa al trabajo y de regreso.
En el camino había mucha gente, muchachos, señores, señoras, niñas que regresaban de la escuela y señoritas que como ella tenían en el rostro el tedio de las horas de cansancio y el largo trayecto; así que la mayoría sacaba el teléfono celular y miraban sus mensajes, revisaban sus redes sociales, mandaban fotos por Facebook, enviaban mensajes por whatsapp o hacían llamadas para explicar que el aguacero de la tarde había inundado Xalostoc y el camión estaba detenido, inútilmente hasta mandaban fotos para demostrar que decían la verdad.
Quizá eso es lo que llamó su atención esa noche, porque de pronto se olvidó de todo, de la gorda que casi iba encima de ella en el reducido asiento, del olor a patas, a sudor, a mugre, del frío que había traído consigo la lluvia y del hambre que tenía porque esa quincena no había alcanzado para comida.
Todo quedó fuera, solo miraba a la chica un asiento adelante que primero explicó la situación y luego envió fotos de la inundación, del camión atestado de gente que volvía del trabajo y de ella en medio de todo.
“Te juro que no me tardé nadita, en cuanto chequé la tarjeta corrí al metro y cuando llegué a Indios Verdes había una fila terrible porque no hay camiones, y los que llegaban iban muy llenos hasta iba gente colgada en las puertas”, explicaba mientras su interlocutor al parecer no le creía, porque la chica de no más de 20 años empezó a llorar, mientras repetía “bueno, bueno”, y como si quisiera justificarse con la gente que no le perdía detalle dijo con voz baja “ya me colgó”
Las lágrimas corrían a raudales por el rostro de la chica que buscaba secárlas con las manos y con la manga de su suéter, hasta que alguien le pasó un papel, que pasó de mano en mano hasta que llegó a manos de la señorita quien lo tomó y se secó las lágrimas, para después sonarse los mocos con estruendoso ruido.
Ella la seguía mirando con ganas de abrazarla para que dejara de llorar, pero por lo lleno del camión nadie podía moverse.
Lo que podían hacer y no se guardaron nada fue meterse en lo que no les importaba y dar todos su opinión, fue una señora la que habló primero.
-Maldito, ni sabe lo que estás viviendo, ojala él estuviera en este camión para que viviera los empujones, el cansancio y la tardanza.
Lo hubieras mandado a la chingada, es lo que se merecen esos patanes, dijo una chica de cabello corto y chamara de piel.
Otra mujer más allá replicó mejor que se espere a llegar y le podrá explicar todo, así se resuelven las cosas, no por el celular.
Nada que, a chingar a su madre, si así la trata ahora que será después, le va a pegar y quién sabe qué tantas cosas.
Más allá una viejita dijo: es la vida que nos tocó, no queda más que aguantarse, porque si una se pone difícil nada más queda abandonada con los hijos y marcada para siempre.
Bueno esta usted pendeja o qué, replicó la del cabello corto y agregó por viejas como usted es que los hombres se sienten como si fueran nuestros dueños, vieja estúpida.
No había terminado la siguiente frase cuando una mano se estrelló contra su rostro, al tiempo que decía a mi mamá la respetas culera y seguido de eso la tomó por los cabellos para sacudirla mientras buscaba darle una patada.
La pelea de las mujeres hizo que el reducido espacio se abriera como por arte de magia dando espacio a las mujeres, que con un lenguaje florido y profuso en cosas de la mamá y la sexualidad masculina buscaban hacerse el mayor daño posible.
Mientras ellas se tenían por los cabellos un hombre gritó desde el anonimato: Ya pinches viejas culeras dejen de hacerle a la mamada que salga sangre, a lo que otro respondió no te metas es cosa de viejas, esto detonó en otro agarrón, pero ahora entre dos hombres, mientras que las mujeres se habían soltado y eran sostenidas por otras pasajeras. Los hombres si que se dieron trompones al rostro, al cuerpo y entre los manotazos y las patadas le pegaron a la regañada por el novio, ella al sentir el descontón en el rostro hasta estrellitas vio y de inmediato percibió que el moretón sería de varios días, un chiquillo que regresaba de la secundaria recibió una patada que le dolió hasta el alma y una chica que volvía de estudiar perdió sus útiles entre los manotazos y el agolpamiento de gente que buscaba ver, pero estar lejos de los madrazos. El camión empezó a circular a mayor velocidad y los hombre pararon de pelear cuando uno de ellos dijo “ya estuvo carnal”, se dieron la mano y el que perdió la pelea dijo amablemente con permiso, con permiso, perdón, perdón, chin  ya me pasé; alguien tocó el timbre pero el camión iba encarrerado y todavía se pasó dos calles antes de bajar al peleonero y varias personas que pasaban sobre los útiles de la escolar y bajaban como si el camión los estuviera vomitando.
La del novio regañón ya se había bajado, pero nadie notó el momento en que pasó en medio de todo el desmadre que armó su llamada telefónica.
Ella entonces cayó en la cuenta que no recordaba el rostro de la chica regañada, es más entre toda la gente que viajaba en ese bus nunca la había visto. Le hubiera gustado abrazarla, ser su amiga, explicarle al novio que no era fácil el regreso a casa, pero quizá eso no sería posible nunca.
Al voltear vio que casi pasaban la iglesia de la colonia así que se persignó una vez más y calles adelante notó que entre la gente que esperaba el camión había una mujer envuelta en su chal hasta la cabeza, una mujer de edad con el rostro cruzado de arrugas que rezaba entre dientes por el sano regreso de la hija, así que pensó sin decirlo si me cuidé mamá, al tiempo que oprimía el botón de bajada, con una sonrisa en el rostro, porque de seguro el camionero la dejaría una calle después.

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