jueves, 6 de julio de 2017

Niños abandonados, suerte o destino

El aullido de Lobo


Antonio de Marcelo Esquivel

Cuando escribí en mi blog Confesiones de un Cerdo, la historia de la tía Toribia, pensé que ya había quedado atrás. No es cierto, a cada día me encuentro la misma realidad. Lo de la tía surgió una tarde cualquiera. Ella estaba sentada en ese sillón azul marino, con casi 90 años de edad, ciega y con su cara trazada por miles de arrugas, sus ralas trenzas y sus manos inquietas; entonces le pregunté si alguna vez había tenido algo que fuera suyo. La respuesta aún permanece como eco en mi cabeza. Su respuesta fue simple: “sí, una vez tuve una cobijita”. No dije más, cómo era posible que alguien pudiera vivir casi un siglo y su único recuerdo de una posesión fuera ese. Desde entonces miro a la gente y me pregunto qué tendrán en la vida, porque las historias se repiten; apenas hace poco conocí la existencia de niños, que como muchos en el país, terminaron en un albergue del DIF, la mayoría de ellos sin esperanza. Son menores de edad cuyos padres purgan condenas en prisión, hijos de familias disfuncionales por alcoholismo, casos de abuso sexual, infantes abandonados; aún peor, niños cuya familia fue diezmada por el crimen organizado. De esos niños no se puede hablar, hay que preservar su identidad, guardar que existen, ya sea porque pesan sobre ellos amenazas de muerte, a su corta edad, o porque su calidad de víctimas así lo exige, así que no diré sus nombres, y menos que están en un albergue del estado de Guerrero, todos sumidos en el abandono, no solo de sus padres o familia, también del gobierno, que en su caso está en manos de la presidenta del DIF. En esa casa se tejen historias como la de Mariano, a quien le regalaron un osito de peluche por su buen comportamiento, pero sus compañeros enojados por la distinción se lo destrozaron, Mari que únicamente deseaba unos huarachitos, Raúl que al recibir una pequeña bocina se aplica en sus lecciones, Lalo y su hermano Enrique se escaparon, Santos que sigue a la directora como si fuera su sombra, y otros más que únicamente desean un poco de cariño, ya no una posesión, al menos un abrazo. Dicen que hay voluntarias que acuden de vez en vez y su única tarea es abrazar niños, darles cariño, hacerles sentir el calor de una caricia, darles una sonrisa, vamos, ser como un verdadero amigo, ellos lo agradecen.
Los nombres han sido cambiados, para proteger a las víctimas.

@Antoniodemarcel
antoniodemarcelo@gmail.com
Editorial publicado en La Prensa el 6 de julio de 2017 

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