*Antonio De Marcelo
México, Distrito Federal a
22 de octubre.- En la desesperación de ver a mi gente
consumirse por una enfermedad concluyó cada día que la salud no se hizo para
los pobres, menos en un país donde las prioridades o son diferentes o
simplemente no es el bienestar de la población. Le están engañando tanto al
titular de salud como al mismo presidente, quienes han salido a dar sendos discursos
de avance tecnológico y modernidad. Pero ¿para quién o dónde está? Y me
pregunto esto cuando he pasado los últimos meses en los pasillos del Instituto
Mexicano del Seguro Social. Terminé en ese hoyo cuando un médico particular me
dijo, con la frialdad que les permite su profesión: “tiene usted medio millón
de pesos? Y ante mi respuesta me envió al IMSS con todo y paciente, un lugar donde
se trata a la gente como indigentes, como si fuésemos niños, con gritos, malos
tratos y hasta burla mientras uno intenta imaginar la dimensión de las palabras
científicas usadas por doctores y enfermeras, que se apropian de pacientes y
familiares como si con eso adquiriesen un estatus superior. Qué gran error cuando
aquellos médicos dijeron en Jalisco, “no somos Dioses” y no es así como los
vemos o los queremos percibir, nos conformaríamos con que tuvieran un ápice de
profesionalismo y memoria para recordar que hicieron un juramento de Hipócrates;
que juraron “En cualquier casa en la que entre
será para beneficio de los enfermos” No es así, y menos cuando el enfermo se debe
enfrentar a un aparato burocrático rancio y acabado como es el IMSS ¿A qué
temerle más, a la enfermedad o a la institución y su burocratismo? ¿A los fríos
pasillos o a las recepcionistas, que pulcras en su vestir dejan ver en su
semblante y actitudes que solo esperan pase el tiempo para jubilarse mientras
aplican lo que ahí se llama “el protocolo”, es decir toda una serie de
obstáculos antes de llegar a un especialista que en mangas de camisa revise al
enfermo, que haga su trabajo antes de
proponerle atención en su clínica particular o con sus colegas. ¿A qué temerla
más? al tedio de esperar consulta tras una larga lista de ancianos y mujeres
que tejen para pasar el tiempo o a urgencias, donde se debe llegar en
ambulancia y con el feto entre las piernas para que consideren el caso una
emergencia, al menos así se estila en esta institución, donde los partos
ocurren en los baños, en los jardines y con menos suerte hasta en las banquetas.
Y en tanto transcurre lo que pomposamente llaman el “protocolo”. Pueden pasar días,
semanas, meses y hasta años que hacen florecer una enfermedad; bien dicen en
las redes sociales para burla del sector salud: “el tiempo todo lo cura por eso
tardan tanto en dar atención”, chiste mexicano para aminorar el dolor de la
familia frente al enfermo que se consume literalmente en una cama, en una silla
de ruedas, en el piso de su casa cuando peor puede ser, porque la capacidad de
atención ha sido rebasada y no sé si por falta de dinero o por indolencia de
trabajadores, desde médicos hasta empleados menores que no tienen empacho en
decir cínicamente desde su escritorio “su cita es para dentro de cinco meses,
porque no hay lugar” o “dese una vuelta en tres meses a ver si ya tenemos la
agenda de citas”.
Ahora entiendo o trato de entender a todas esas mujeres que con bolsas
encima como si ahí viviesen pasan las horas en el tejido y el chisme domestico
con la vecina o vecino de al lado, en tanto los enfermos en cuestión esperan
con la mirada perdida ya muchos con el cabello blanco, la ropa raída y los
zapatos de obrero que polvosos por el camino han de volver a casa casi siempre
sin respuestas. Fácil hallar su origen desde las gorras que ya vieron sus
mejores tiempos hasta las chamarras quemadas por el sol y las manos que
nerviosas aprisionan sus documentos en espera de escuchar su nombre, aunque
bien sabemos tras de ello solo habrá un siga esperando porque el médico está de
vacaciones, saque su cita para luego o tome este diclofenaco y váyase a casa. No
dan confianza no calma esos uniformes blancos, los albos pisos relucientes de
brillante cerámica no hacen sentir mejor y menos las pilas de papales con olor
a viejo de los archivos hasta donde no ha llegado la modernidad, de qué nos sirve
internet en las plazas públicas anuncios de servicios hasta las zonas más
pobres y alejadas de las ciudades, si en este sistema que es responsable de la
salud de miles de mexicanos la ausencia de la modernidad es evidente, en parte
responsable del burocratismo y desesperación de quien se siente enfermo más por
lo que ahí ocurre que por la enfermedad misma, pacientes que mueren más por la
espera de un turno que por lo grave del mal, casi siempre detectado tarde,
dicen que por culpa de uno. Bien recuerdo la penúltima vez que estuve en esos
pasillos, desde los cuales envié mensajes como loco al titular del IMSS y dudo
mucho que siquiera los haya visto porque las redes sociales las maneja otra
persona muy lejana al responsable de que este instituto, ni siquiera creo que
el Presidente de la República o titular de gobernación hayan visto mis mensajes
que se perdieron en el mar de palabras generadas en las redes sociales dudo que
el médico me atendió tampoco lo haya hecho como resultado de esta lucha
cibernética que inicie cansado del abandono, más bien creo fue gracias que a
las suplicas que le hice y estaba dispuesto a humillarme con tal de que
siquiera viera a mi paciente aunque fuera un poquito, porque siento que se me
va el tiempo entre las manos, que se acaba su vida y a nadie, absolutamente a
nadie le importa porque la salud simplemente no se hizo para los pobres. Ahora
me da risa pensar que en mi desesperación puse la cuenta del señor presidente
como si él fuera a ver mi mensaje, cuando de seguro tiene más preocupaciones
como la violencia, el crimen organizado, las manifestaciones de estudiantes y
las presiones políticas y de partidos, seguiré intentando, quizá en una de esas
y alguna de mis líneas llegue a manos de alguien que si pueda tomar decisiones.
*twitter: @Antoniodemarcel