domingo, 27 de marzo de 2011

El crimen perfecto ¿existe?

Presuntos Responsables.
Por Antonio De Marcelo Esquivel.
Cuando salió a la luz pública la película Presunto Culpable no me quedó más que echarle un ojo, aunque no esperaban nada que no hubiera visto en estas dos décadas de ejercicio periodístico; y es que sentarse de este lado del escritorio en esas tardes cuando hay que redactar las notas es otra parte de hacer la chamba, aceptar que tu jefe te pida entrevistar a un denunciante que te va a quitar un tiempo valioso que podrías usar para redactar con calma, quizá para limpiar tu correo, hacer algunas llamadas o simplemente responder a los amigos en la Face o en el twitter, aunque de pronto me entraba esa sensación de que podría al menos escuchar a las personas, porque igual ni les publican su denuncia, ya sea por falta de espacio, porque son muchísimas, por que se traspapelan o bien por que quien tomó el recado ni siquiera la redactó y el papelito donde apuntó se perdió por ahí y quedó en el olvido, quizá es por ello que coloqué una silla frente a mi lugar para recibir a quien se presente a la hora que sea, total minutos más minutos menos en esta vida. Es así como he logrado recabar decenas, quizá cientos de historias que luego platico a los amigos, en las reuniones, aunque vistos de lejos ya no son tan dramáticos como escucharlos a viva voz de quien sufre una pena. Gente que se sienta en este lugar a derramar lágrimas, a sonreír forzadamente para no llorar, a decir sus intimidades a un desconocido, a ver si se le ablanda el corazón y escribe unas líneas que los funcionarios puedan ver a través del diario y al menos los reciban, que dejen de ser cifras, votos o víctimas de mercenarios del poder, una historia en cada persona, en cada familia que viven dramas dignos de ser novelas, películas, libros o al menos de una nota perdida por ahí entre el aviso oportuno y la nota roja que tanto le choca a las albas conciencias o los paladines de la democracia, aunque esta sea de café o de internet.
Y siempre la escena es recurrente lo mismo que los personajes, casi los mismos, ciudadanos abusivos que conscientes de que viven en México se pasan la ley por el arco del triunfo y si son familiares, amigos o hasta solo por ser vecinos de políticos pues ya son influyentes, porque al fin el fuero es extensible, ya sea de un policía, aunque sea de crucero, un Ministerio Público, el chofer de un diputado, senador o el amigo de un vecino que trabaja en la delegación, así se las gasta la justicia en México y no se diga si en verdad se trata de un legisladores u otro funcionario público, que primero buscan el voto y luego se olvidan de quien los llevó al poder justo cuando reciben la jugosa quincena. Una percepción monetaria que no dejarán aunque en ello les valla el honor, que por cierto muchos ni conocen. 
Para contar esta historias habría que pensarlas bien, seleccionar una, la más dramática, la menos truculenta para creer que nuestros funcionarios no son tan hijos de la chingada, pero eso es imposible, todas tienen su grado de valor: 
Una maestra de primaria cuya directora en busca de echarla para traer a sus amistades azuzó a las madres de familia para correrla y no conformes la acusaron del robo de un celular, que ni existió, pero que le reportó tres meses de prisión y una lucha de cuatro años para recuperar su plaza luego de miles de oficios a la SEP, a la CDHDF, a los medios de comunicación, incluso a la  presidencia de la república.
Un anciano que al regresar de trabajar subió a un microbús, cuyo chofer aceleraba y frenaba como si fuera solo, hasta que causó un accidente que dejó inválido a este trabajar de la construcción, el mismo que buscó una indemnización de la línea de transporte, pero que solo recibió burlas.
Una mujer que por ir a trabajar dejó a su hija libre con la computada, sin siquiera enterarse que halló un amigo de Puebla que la sacó de su casa, solo para llevarla a matar a un hotel de aquel estado, y aunque fue detenido luego logro su libertad por ser abogado e integrante de una de las familias más reputadas y adineradas de la ciudad de los ángeles.
Un joven que con ilusión compro un teléfono celular en Telcel, mismo aparato que que como poseído se conectaba solo a internet, lo que le redituó exagerados recibos que pese a no ser su problema debía pagar, sin que la empresa Nokia o Telcel le resolvieran, hasta que terminó por recomendarle la telefónica ¿y si lo mantiene apagado?    
Una familia que fue arrollada con todas las agravantes por un sujeto, que en la fiesta donde estaban acosaba a la sobrina de estos, quienes salieron para no tener problemas, aunque éste los alcanzó con su carro y al grito de “los voy a matar” los atropello matando al jefe de familia. Fue detenido, pero con la acusación de homicidio imprudencial, pese a que era señalado por los agredidos.
Un grupo de vecinos que deben pagar la luz a un líder de la colonia, que los mantienen asustados con correrlos porque es quien logró el predio.
Hombres y mujeres que han sido corridos de sus trabajos, sin que les hayan dado un centavo o funcionarios que tienen todas las pruebas de corrupción pero temen darlo a conocer porque el jefe es amigo del revisor
Y así se tejen las historias una a una detrás de ese escritorio, cada una digna de un libro, donde se empiece con la frase ¿Cómo pude perderse una joven, una noche, cerca de Ciudad Universitaria y que la policía no pueda hallarla, acaso es posible el crimen perfecto?

lunes, 14 de marzo de 2011

Por Adalberto Villasana (jefe de información La Prensa)

EL BRUJO DE CATEMACO, VERACRUZ.

Lo ideal es siempre estar en el lugar de los hechos, pero en algunas noticias por sus características no siempre es así. Recuerdo el caso del asesinato de un hombre en Catemaco, Veracruz; ahí el traslado era difícil. En la mañana recibí una llamada en la redacción, una persona indicó que había sido ultimado uno de los principales brujos de la región.
La noticia era por sí sola trascendente, pero un traslado era complicado por el tiempo que nos llevaría llegar y al hacerlo ya no habría nota fresca, solo información en el lugar de los hechos; las entrevistas serían con testigos presenciales, aunque no estaba garantizado que hablaran, por el tipo de víctima.
 Comenté el caso con mi compañero, Leonardo Cortés Chávez, entre ambos nos dimos a la tarea de sacar los datos por teléfono.
 En esta ocasión el trabajo se desarrolló de otra forma, “a larga distancia”. En primera instancia nos comunicamos vía telefónica al Puesto de Mando de la Cruz Roja en la ciudad de México, ahí nos dieron el número telefónico del destacamento de la Benemérita Institución más cercano al lugar, en este caso San Andrés Tuxtla, el rescatista encargado nos comentó que no llegó al lugar, pero nos aportó todos los datos que escuchó por el radio comunicador; además nos dio el teléfono de la policía ministerial.
 Al comunicarnos telefónicamente con el Ministerio Público, luego de identificarnos como reporteros de LA PRENSA, y que hablábamos desde la ciudad de México, un tanto escéptico accedió a proporcionarnos información. Así logramos sacar adelante una noticia, que se generó a raíz de una llamada a la redacción desde un lugar lejano, pero al utilizar las herramientas a nuestro alcance se reunió tal cantidad de información que dio para la nota principal de policía de ese día.
 Fueron muchos los días y las noches que estuve con los compañeros de la fuente policiaca en el trabajo diario de capturar la noticia, por lo que expreso un reconocimiento a los amigos con los que compartí la experiencia única e irrepetible de cubrir policía en LA PRENSA en la década de los 90, cuando el equipo estuvo conformado por: Elías Chávez Carvallo, José Antonio Chávez Sánchez, Leonardo Cortés Chávez, Noel Francisco Alvarado Morales, Antonio de Marcelo Esquivel, Roberto Balderas, Armado Maceda, Tomás Rojas Madrid y Álvaro Velázquez Manzano.

miércoles, 9 de marzo de 2011

¿A qué huele la muerte?


Por Antonio De Marcelo Esquivel.
Foto y texto.
La última vez que fui al Servicio Médico Forense de la Ciudad de México para investigar un crimen fue allá por finales de la década de los 90, para entonces entrar a la morgue no era la sarta de trámites burocráticos que ahora, es más ahora ya ni se puede. Sólo había que llegar a la recepción de ese edificio en la calle de Niños Héroes, de la colonia Doctores y preguntar por el doctor Cerna, que entonces era el director o bien por el doctor Rodolfo Rojo y listo teníamos una entrevista en vivo y en directo para conocer detalles del crimen en cuestión, lo que claro nos daba material suficiente para seguir la nota y entregar a nuestros lectores de La Prensa una cronología del caso, y es que como lo dictaban los cánones de la línea editorial de nuestro diario había que darle a nuestro público detalles, como decía don Augusto Corro:
-Lleva a los lectores al lugar de los hechos, tú tienes acceso, ellos no.
De ahí que me acostumbre a describir olores, colores, texturas, sabores y sonidos, y pues si acertaron tener alerta los cinco sentidos e incluso un sexto del que no debe carecer un buen sabueso de la nota roja, que debe pensar como policía, como criminal y actuar como reportero.
Puedo decir con toda seguridad como si hubiera sido ayer, que el olor característico de los lugres donde buscan limpieza total, era similar,  a pino combinado con ese olor característico de la muerte.
¿Pero a qué huele la muerte? Yo también me lo pregunte por mucho tiempo y en esa curiosidad natural y extra natural que tenemos algunas personas como el joven Grenouille de El Perfume, percibí desde el basurero que estaba atrás de mi casa allá en Ecatepec, Estado de México, donde los perros hinchados y mosqueados insultaban el olfato, hasta pequeños insectos, claro eso en mi niñez, sin imaginar que un día me eso serviría de algo.
Ya cuando hice periodismo policiaco pude conocer ese característico olor, que claro no es el mismo siempre, porque depende no solo de la limpieza que en vida tuvo el muerto, sino además de las condiciones en que ha ocurrido la muerte y por supuesto  de cuánto tiempo lleva el cuerpo desde el momento en que murió. (iba a decir perdió la vida, pero claro no es posible porque perder significa que podría hallarla en cualquier momento, y hasta ahora no conozco un muerto que haya encontrado su vida luego de perderla, en fin)
Los hay que han colgado los muerto por un infarto mientras se duchaban, que cayeron en casa y se dieron un golpe o bien los que han tenido una larga agonía por enfermedad o lesiones hasta que por fin terminaron su vida.
También los hay que han muerto en accidentes terribles que les han mutilado,   o bien que en peleas fueron heridos y murieron, así los más comunes en este nuevo siglo XXI víctimas del crimen organizado, torturados o baleados, lo que aumenta ese olor característico de la sangre que se descompone al contacto con el medio ambiente y crea ese olor que no se quita con nada.
Aún cuando hay limpieza total el olor a sangre que es entre agrio y descompuesto se puede reconocer, aún cuando ya no esté ahí el cuerpo.
Así olía el Semefo entonces, no como ahora que es un edificio impersonal muy limpio como hospital, que parece una escuela de medicina, con salones muy blancos, pupitres en fila y alumnos que solo pueden ver un cadáver desde una gran ventana de vidrio.
 Y lo mismo le ocurre a las nuevas generaciones de periodistas, que de no ser por los que trabajan en la calle y llegan al lugar de los hechos antes que la policía, logran ver un cadáver, perciben el olor, las texturas y saborean la nota aún antes de redactarla.

martes, 8 de marzo de 2011

PRESUNTO CULPABLE II. Las increíbles historias que escucha DeReporteros

Es inconcebible que en México un hombre pase dos años en prisión por un delito que no cometió, y más aún, cuando en una y otra vez probó su inocencia, en un caso viciado de origen, relatan familiares de Luis Alejandro Vergara y Torres, quien es procesado, acusado de pornografía infantil y crimen organizado.
Una vez evidenciados los vicios de origen y las irregularidades cometidas por la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal y por el Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal, en el Juzgado 44 de lo Penal, en la causa 184/09, la familia del afectado solicita públicamente al jefe de Gobierno, Marcelo Ebrard Casaubón, y al magistrado presidente Edgar Elías Azar, girar las debidas instrucciones para que se proceda con justicia, en el marco de la ley en este caso, donde se culpa a un inocente.
La vida de Luis Alejandro cambio radicalmente la noche del 22 de marzo de 2009, cuando un desproporcionado operativo de elementos de la Policía Judicial del Distrito Federal, irrumpió en su domicilio, con la finalidad, se dijo, de un cateo para buscar presuntas evidencias que lo involucrarán en la comisión de los delitos señalados.
“Una y otra vez hemos demostrado la inocencia de mí hijo”, asegura el señor José Luis  Vergara quien apoyado en el dictamen pericial, asegura que se demostró que “la información fue introducida al equipo de cómputo de Luis Alejandro Vergara y torres de manera posterior al inicio del cateo efectuado en su domicilio”.
Se estableció con un proceso técnico y científico que “existió manipulación en los equipos (computadora) y no se preservó la evidencia física”, resalta.
En las conclusiones del proceso, en el que próximamente se dictará sentencia, la Procuraduría capitalina omite transcribir las diversas declaraciones de los policías judiciales “que manifestaron haber sido habilitados como peritos en cibernética e informática, sin que en realidad tengan la capacidad educativa y técnica para ello”, lo cual, hasta el momento no ha sido considerado por el juez.
En cambio, la defensa ha demostrado con peritos con formación nacional e internacional en informática, que el equipo fue manipulado luego de asegurado. Un peritaje de la Procuraduría General de la República, apoyo este dictamen y obra en autos.
Y fue precisamente, al existir dictámenes contradictorios entre la defensa y la procuraduría capitalina, cuando el Juez 44 penal, solicitó la intervención de un perito de la PGR, el cual determinó que “Sí existió manipulación inadecuada a las computadoras: no se siguieron los lineamientos para asegurar las integridad de los equipos; no se puede determinar si las cuentas son de los inculpados, y no hay sustento técnico pericial para establecer un vínculo de pornografía”.
A pesar de que el dictamen incriminatorio quedó desvirtuado, el Juez que conoce la causa, no ha modificado su postura, aún y cuando el juez décimo de Distrito otorgó el amparo a Luis Alejandro Vergara, para que se le fijara caución y continuar con la demostración de su inocencia fuera de prisión.
“Paso a paso se han evidenciado los vicios y las irregularidades cometidas en el proceso, a través de la Procuraduría y el Juzgado 44 penal, al inculpar a mi hijo con evidencia falsa, lo cual ya quedó demostrado”, dijo el señor José Luis Vergara, quien demando a las autoridades del Gobierno del Distrito Federal justicia para su hijo, quien dijo es inocente y se ha demostrado “una y otra vez”.

lunes, 7 de marzo de 2011

De Reporteros.

De Reporteros se indigna por la suspensión de Presunto Culpable en las salas de cine, lo peor es que quien debe tener una postura de acuerdo a lo que esperamos los mexicanos afirma que es culpa del gobierno federal que no les da dinero para aplicar la reforma, al menos eso dijo Edgar Elias Azar, presidente del Tribunal Superior de Justicia, quien solo pudo indicar que eso es un parteaguas.

domingo, 6 de marzo de 2011


Pero, hay reporteros que no necesitan redactar un día de trabajo, como este compañero de Televisa que fue sometido por elementos de policía en Coahuila. Lo arrestaron mientras cubría un enfrentamiento de la policía con el crimen organizado y cobardemente fue echado al piso.  

No me dejes morir.


Todo texto escrito por un periodista tiene una lección.

No me dejes morir
con los pies desnudos
descansando en la suave hierba
que nace en la otra orilla.
No quiero morir contemplando
con mansedumbre el río.
Prefiero ahogarme en el intento
de remar hacia el principio secreto
de las aguas.
Sólo por saber
cuánto soportan mis brazos
y en qué momento ya no soy capaz
de sostener los remos
que han de parecer fusiles.
Quisiera derrumbarme
al doblar la esquina
rumbo a la máquina de escribir
después de haber hollado
el pavimento cálido
con mis zapatos de reportero.
No me dejes morir ahito
de goces y de lágrimas.
Prefiero la lívida
sensación del pánico
que sube del estómago
y genera las palabras.
No dejes que me sorprenda el fin
meciéndome en la telaraña
de una insulsez.
Quiero más bien
escuchar el último fragor de la batalla.
No me dejes morir en el hastío
de una noche incompleta.
No me permitas mirar
la evidencia fláccida
de la última vez.
No permitas que me tenga lástima.
Aspiro al relámpago mortal
que inmoviliza al hombre
en el instante supremo del amor.
Si así muero, sabrás
que terminé feliz.
Reclama el cuerpo, incéndialo
y riega las cenizas
en las aguas de Cozumel.

Manuel Buendia murío el 30 de mayo de 1984, dos años antes había enviado este poema a su amigo Álvaro González Mariscal.

Relato de un día. Una Tragedia

Este texto es parte de la tesina presentada por el jefe de información de La Prensa, Adalberto Villasana, y es un relato de un día en la vida de un reportero de policía. De Reporteros se conformara con las historias cotidianas de quienes capturamos la noticia.

Relato de un día. Una Tragedia


En la última mitad de los años 90, ser reportero de policía de LA PRENSA fue una de las experiencias más apasionantes de mi vida. Pocas son las palabras para describir ese vacío en el estómago generado por la excitación de la velocidad cuando había que acudir a una llamada de urgencia, reportada a través de las frecuencias policíacas.

Una de las fechas que más recuerdo fue el 17 de marzo de 1995 cuando cubrí un accidente carretero con un saldo de 30 muertos en el lugar, y 36 heridos. Fue la primera vez que estuve frente a esa cantidad de cadáveres formados y con un número en el pecho para ser identificados, luego de un penoso rescate que duró varias horas, toda vez que quedaron en el fondo de una barranca de 15 metros.

Ese día en especial tenía orden a las 9:00 horas en la redacción, pero me presenté cerca de las 8:30 horas, casi al momento en que por el “rastreador” de frecuencias policíacas se reportó en clave la ocurrencia de un accidente carretero con la consecuencia de varios muertos. El caso le correspondía al compañero que tenía asignado “Policía en el Estado de México”, pero la inquietud me llevó a colaborar.

Empecé con las primeras llamadas, en aquel entonces a la Cruz Roja, institución con la que se tenía una amplia colaboración para ubicar el lugar exacto del accidente. “Kilómetro 60 más 500”, de la carretera Xochimilco-Oaxtepec, me reportó el operador de radio. Se determinó la ruta para salir.

El compañero reportero gráfico, Rogelio Rojas, en motocicleta se adelantó, tuve la opción de salir con él, pero una llamada de última hora me obligó a quedarme. Minutos después salimos de la redacción, Francisco Serna, fotógrafo, Álvaro Velázquez Manzano[1] y yo como reporteros, nuestro jefe de información, José Santos Navarro[2], decidió que me sumara a la cobertura al ver la magnitud del percance.

Inició el recorrido por Bucareli, Río de la Loza, calzada San Antonio Abad y Tlalpan, para llegar al entronque con la carretera referida. Viajábamos en una camioneta pero la velocidad ya se sentía, por el “rastreador” escuchábamos algunos datos de lo ocurrido, se movilizaban más de 20 ambulancias de los diferentes cuerpos de rescate y helicópteros al lugar, el temor de que no llegaríamos a tiempo para que Serna hiciera “buenas fotos” era patente.

“El Roger va adelante, vamos bien, estamos cubiertos”, fue la frase con la que nos consolábamos, más sin embargo kilómetros antes del lugar del accidente a Rogelio se le derrapó la motocicleta, lo encontramos tirado y empezaba a ser auxiliado por algunas personas.

La pregunta era obligada, “¿puedes caminar?”, la respuesta fue afirmativa, “vámonos”, lo ayudamos a abordar la camioneta y entre Serna, Velázquez y yo subimos de un sólo movimiento la moto. Por la noche, al llegar al periódico, entre ocho compañeros no podían bajarla.

Esa mañana, luego de recoger a Rogelio continuamos el camino, por las características del lugar donde se accidentó el autobús, llegamos justo en el momento cuando los cuerpos de rescate laboraban en sacar los cadáveres del fondo de la barranca. El autobús de pasajeros con un sobrecupo evidente al volcar dio varias vueltas y los pasajeros salieron por las ventanas, por lo que quedaron regados en un radio de varios metros.

La escena me impresionó había cuerpos tirados por todos lados, la mayoría ensangrentados, cabe mencionar que en ocasiones anteriores estuve frente a cadáveres, pero en esta ocasión se encontraban esparcidos y los gritos de los rescatistas para avisar el hallazgo de otro cuerpo sonaban desalentadores.

Pero había un trabajo que sacar, era necesario estar atento a los datos que se daban en el momento, el panorama era desolador, en gran medida porque lo único que veíamos eran cadáveres, toda vez que los heridos fueron llevados a hospitales antes de nuestra llegada. Considero que de haber visto a una persona con vida, la impresión y sensación de frustración hubiera sido diferente, porque hubiera correspondido a la esperanza de los cuerpos de rescate por localizar a más sobrevivientes.

En medio de la escena, una de las anécdotas que se recuerda aún es como “Roger” bajó a imprimir sus placas, a pesar de sus lesiones; luego estuvo algunos días de licencia médica para recuperarse.

Los minutos transcurrían en el lugar del accidente y ante nuestros ojos se acumulaban los cadáveres, algunos curiosos del poblado de Tlayacapan, que está cercano a donde fue el accidente se habían trasladado alertados por el constante ir y venir de helicópteros.

En los primeros minutos que estuvimos, la fila de cuerpos inertes era de 6, al poco rato 15, horas después 23 y finalmente 30, colocados en un lugar seguro sobre un claro de pasto. No eran trasladados de inmediato al anfiteatro más cercano, toda vez que las ambulancias fueron ocupadas para llevar a los hospitales más cercanos a los heridos, muchos de ellos niños.

Ahí, como reporteros, Álvaro y yo nos dedicamos a recabar datos, con los comandantes de policía y cuerpos de emergencia. Además de tomar nota de lo que veíamos. Los curiosos que llegaron al lugar indicaban que el lugar se le conocía como “la curva del diablo”, pues de tomarla mal la barranca era el destino obligado.

“Iban a una peregrinación a la feria de Tepalzingo, provenientes de Iztapalapa, Distrito Federal, por más de 40 años hicieron ese viaje y era la primera vez que ocurría un accidente”, indicaron algunos familiares de las víctimas que llegaron al lugar, pues una noticia de grandes proporciones corría como reguero de pólvora, aún en 1995, cuando no se tenían las herramientas de comunicación de ahora, como la telefonía celular.



Fuimos testigos de un complicado y laborioso rescate. Se estima que el accidente ocurrió poco antes de las 8:30 horas, pero no fue hasta 30 minutos después cuando arribaron los primeros cuerpos de emergencia. Pasadas las 13:00 horas, los cadáveres estaban  en fila ante nuestros ojos.

Para ese momento, de manera extraoficial, teníamos los primeros nombres de los que habían sido identificados.

Pasadas unas horas empezaban  a regresar las ambulancias que trasladaron a los heridos, así como los vehículos forenses, por lo que se trasladaban los primeros cadáveres hacia el anfiteatro más cercano.

Los últimos minutos fueron los más largos, al ser de espera para obtener algún dato adicional. Ya teníamos la mayoría de la información y eso me permitió fijar mis sentidos en el dolor y desolación de quienes, con lágrimas en el rostro, llegaron al lugar con la esperanza de encontrar a un familiar con vida.

Cerca de las 15:00 horas, luego de considerar que teníamos ya toda la información requerida iniciamos el regreso a la redacción; sobre calzada de Tlalpan una patrulla de la policía del DF nos detuvo, al ver que la camioneta transportaba algo pesado, he de decir que se trataba de una Ram-Charger, por lo que tenía capacete y la moto no estaba a simple vista.

Les explicamos a los policías la situación y la emergencia que tuvimos con el percance de nuestro compañero, pero siempre nos quedamos con la sensación de que nos dejaron continuar nuestro camino luego de identificarnos con nuestras credenciales como reporteros.

Serían como las 18:00 horas cuando Álvaro y yo no sentamos frente a la computadora para hacer las notas, en esa ocasión fue una central y una de apoyo, empezamos simultáneamente el trabajo y luego cambiamos de máquina para leer lo que hizo el otro y hacer algunas aportaciones.

Minutos después entregamos las notas y checamos en que más colaborábamos con las notas pendientes, toda vez que al inicio de la jornada teníamos una orden de trabajo pendiente. Con base en boletines y llamadas telefónicas obtuvimos la información de las que faltaban, proceso que en la jerga periodística le denominamos “rescatar”, toda vez que estuvimos concentrados en el asunto principal.

Ya en la noche, reparamos en una cuestión no considerada hasta el momento: lo único que comimos en el día fueron refrescos y papas fritas. Por lo que nos enfilamos a comer, o mejor dicho a cenar.
 El 18 de marzo de 1995 en la contra portada de LA PRENSA se leyó: “ESPANTOSO/Desbarrancó un autobús repleto y dejó regados 30 cadáveres y 36 heridos”[3], un sentimiento indescriptible es el saberse autor de la nota principal de policía. Un orgullo efímero, dura sólo unos momentos al ver el diario, porque a los pocos minutos hay que salir en busca de una nueva noticia.